Una vaca comió mi traje de baño
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Hola a todos, me llamo Alicia, les contaré la historia sobre cómo una vaca se comió mi traje de baño.
Hace un año entré a la universidad e hice nuevos amigos entre mis compañeros. Les gustaba divertirse, ir a bailar y reunirse en el parque. No tenía tanto tiempo para divertirme, así que los acompañaba rara vez. Me la pasaba estudiando, siempre fui muy juiciosa en el colegio, leía muchos libros y hacía todas las tareas que me dejaba la maestra. Y me porté igual en la Universidad: siempre preparándome antes de cada clase. Mis calificaciones siempre fueron sobresalientes. Me decían que era una ñoña, pero eso no me molestaba. Yo sabía que todo en la vida había que hacerlo bien.
Mis papás, siempre serios y responsables, me enseñaron a ser así. Mi papá es un importante ingeniero y mi mamá es enfermera jefe en el hospital, dirige la Unidad de cuidados intensivos. Estaban muy comprometidos con sus trabajos, por eso siempre me exigían que fuera organizada y disciplinada. Nunca me regañaron, pero me decían, qué y cómo debía hacer las cosas, y yo seguía sus consejos. Nunca quise ponerme una minifalda, porque mi papá siempre decía que no era apropiado para mí. Mi mamá nunca usaba maquillaje, porque no lo necesitaba, era muy linda. Mi papá siempre fue estricto, pero me quería mucho y siempre me enseñaba que una mujer debe pasar su vida con un solo hombre, y un hombre con una sola mujer. Que ese era el ejemplo que ellos me daban. Un matrimonio largo y feliz. Mis compañeros lo entendieron perfectamente, que aparte de estudiar solo me interesaba hacer amigos. Me respetaron por mi estilo de vida. Además siempre tenía las tareas listas para prestárselas.
Después de que terminaron los exámenes semestrales mis compañeros me invitaron a una playa cerca de la ciudad. Como eran de mi círculo cercano, no lo pensé dos veces. Era un día caluroso en plena época de vacaciones, eso nos tenía muy animados. Nos reímos casi todo el tiempo, jugamos voleibol y cantamos y tocamos la guitarra. El lugar era estupendo.
Un pequeño y hermoso lago con playa muy limpia y una cabaña muy bonita, parecía una foto de postal. Les pregunté a quién pertenecía es esa cabaña y me explicaron,
que era del guardabosques. Tenía sus vacas y por las mañanas las sacaba a pastorear bajo el sol cerca de ahí. Cuando volvía lo esperaban la cómoda y linda cabaña y la refrescante agua cristalina del manantial. ¡Era todo un sitio mágico!
Llamó mi atención una instalación poco usual: cuatro postes con plástico alrededor y una cortina de tela en lugar de puerta. En el techo había un gran tanque lleno de agua fresca. Durante del día esta agua se calienta con calor del sol. ¿Que podría ser mejor que disfrutar de esta deliciosa ducha? Decidí probarla. Al entrar, me quité el traje del baño y lo colgué en uno de los postes. Abrí la llave, me empecé a duchar y a disfrutar de esta deliciosa agua. Luego recordé, que el agua puede acabarse y que no puedo dejar al guardabosques sin agua. ¡Sin abrir los ojos, empecé a buscar mi traje de baño, pero no estaba! ¡Entré en pánico, no podía imaginarme, cómo iba a salir! Por una rendija entre la cortina de la ducha vi que una vaca… ¡Se estaba comiendo mi traje de baño! ¡Vi uno de los tirantes en la boca de esta belleza!
Me puse a llorar… Me moría de la vergüenza. ¿Cómo podría salir y pasar desapercibida? Esto sí era una verdadera prueba para mí, siempre tan arreglada e impecable ¿Que iba a hacer ahora? ¿Debía salir como Dios me trajo al mundo? ¡No! Decidí quedarme y esperar a que llegara la noche. Luego pensaría cómo volver a la ciudad. Por las rendijas solo veía vacas, pero no vi a ninguno de mis compañeros buscándome. Solo vacas y más vacas, ¿Pero mis amigos cómo iban a saber dónde estaba? Si no le dije a nadie a donde me había ido.
¡De repente oí unos pasos y una sombra se apareció! Me levanté rápidamente antes de que abrieran la cortina, pero reaccioné muy tarde ¡Un hombre abrió la cortina y me vio completamente desnuda! Quedé totalmente paralizada… Solo pude levantar la mano y saludarlo como una boba. Cerró la cortina y me preguntó: “¿Quién eres?” Con toda la valentía que pude reunir le dije: vine con los chicos que están en la playa. Salió y volvió en unos minutos con mi ropa. Estaba tan agradecida, ¡Este hombre me había salvado! No me sentí avergonzada delante de él, tal vez, porque nunca iba a volver a verlo o tal vez porque leí en sus ojos comprensión y compasión, era el guardabosques que volvía a la cabaña.
Confié en él, no tuve ninguna duda que es una muy buena persona. Cuando me estaba despidiendo, dijo que iba a poner unos ganchos dentro de la ducha, para evitar que eso le pasara a alguien más.
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